Explorador

Todo está muy brillante,
el sol está en su pleno apogeo.
Una sombra se desdobla en mi ventana.
Es ella.
Me quedaré callado para así poder observarla mejor.
Está bailando, siempre hace eso en las mañanas.
Mueve sus caderas al ritmo de la música que suena en su cabeza,
mueve los brazos,
acaricia su cuerpo,
¡Qué hermoso baila!
Se está desnudando
parece no entender que estoy despierto.
Poco a poco se va quitando la ropa.
Su dulce trasero aparece desnudo a contraluz,
no logro ver más allá de su sombra,
pero me deleito con cada probada que la luz me da.
Sus senos, ¡oh, sus senos!
Pequeños gotas que caen como el agua de una cascada,
el agua que a mi ser revitaliza.
Amo cada parte de ella, 
desde su delicada sonrisa, 
pasando por su vientre plano lleno de constelaciones
hasta los dedos de sus pies. 
Ella lo sabe.
Sabe que disfruto verla desnuda, 
sabe que disfruto tocarla, 
sentirla, 
besarla.
Sigo deleitándome a escondidas con sus dulces pasos de baile.
Veo cómo se mueve su cabello,
que con los rayos de luz, que se calan por la ventana,
se vuelven dorados.
Ella es como la miel, 
suave,
dulce,
espesa,
la amo toda con mi paladar.
Me levanto sumido en mis pensamientos.
La tomo entre mis brazos, 
la deseo.
Siento su piel caliente bajo mis dedos, 
la acaricio toda y a ella le gusta.
Escucho su ronronear en mi oreja,
me gusta sentirla así de cerca.
La acuesto en la cama suavemente
y empiezo a navegar por las estrellas que visten su piel.
Una, dos, tres, cuatro, veinte, treinta...
Y así me voy perdiendo cual explorador en nuevas tierras, 
buscando cuevas, 
cascadas, 
cuencas

y soles.


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